Enferma...
Como todo enfermo, recaigo.
Vuelvo a decirle a mi mente y a enseñarle a mi cuerpo un camino
que me lleva al desgaste,
a la enfermedad,
y en el fondo, aunque yo no lo quiera,
y ni si quiera sea consciente,
a la muerte.
Y muero.
Me mato,
mejor dicho.
Me mato de hambre,
me mato de excesos,
me mato de sueño,
de pesos que cargo,
de recuerdos que no suelto,
de sentimientos que niego.
Me mato porque sólo llevándome hasta el punto extremo en el que por fin mi vida;
el único sitio que verdaderamente habito, peligra,
cuando peligra mi presente,
que es todo lo que tengo;
el único lugar donde verdaderamente
soy yo misma,
sólo entonces,
pienso en mí de forma compasiva,
y me cuido
y hablo para pedir lo que necesito y soltar los nudos,
y callo para que lo que sobra no se adueñe de mis palabras,
de mí, de todos y de todo cuanto me rodea.
Sólo entonces escucho mi sentir y lo abrazo,
lo abrazo como si nunca nadie lo hubiese abrazado antes,
y lo honro.
Y me doy tiempo y espacio, y duermo antes,
como mejor y controlo el sobrepensamiento,
y parece que esta ansiedad y que esta angustia
que me hacen sentirme siempre alerta e incompleta, aminoran.
Y parece entonces que quizá lo que soy está bien
y es justa y exactamente lo que tiene que ser.
Y que todo fue exactamente como tuvo que haber sido.
Lo parece, al menos.
Pero en el fondo quién gestiona,
y cómo,
una herida profunda que no sangra pero ahoga y se enfría
y se ancha,
y con cada anchura nueva abre un hueco hondo
y desgarra
y arde
y vacía
Quién le explica a mi alma que vaciarse hará que encuentre el sentido.
Quién le dirá a mi cuerpo que todo pasó,
a mi boca
que tiene derecho a comer,
que merece un buen bocado
porque tenemos derecho a la vida.
Quién le dirá a mi miedo que no se hinche porque no existe ya peligro.
Y a mi corazón quién le explicará
que aquello que más amó
ya no existirá
mas que en el recuerdo.
Quién le dirá que existe el ahora
y que la vida siempre sorprende,
y que el amor no termina.
Quién…
si mi boca no toma bocado
sin hambre no hay vida,
con culpa no hay fuerzas,
y sin fuerzas no hay sorpresa posible…
Lo haré yo.
Lo hará el amor en mi pecho,
lo hará la niña que antes de ser herida es niña,
y juega, y se sorprende,
y crea nuevas posibilidades
donde seguir jugando a salvo.
Lo haré yo,
asesina de mí misma,
cuando termine,
una vez más,
de quemar los restos de mi antigua yo,
y los llore y los lamente,
y agradezca a la vida por haberme permitido transformar mi fuego interno,
mi ira reprimida, en fogata en la que evaporar lo denso,
en calor de hogar en el que habitar y esperar el nuevo comienzo.
Lo haré yo,
enfermera de mí misma,
con mi tirita de verdad
cosiendo el daño,
con la santa paciencia de esperar
que poco a poco todo mejore,
y de integrar todo lo que ésta cama en la que me postré
y de la que ahora me levanto
me ha enseñado a apreciar.
Lo haré yo con mis virtudes,
con todo lo que todavía no conozco de mí
ni conozco del mundo.
Lo haré con ayuda.
Lo haré mirando a los ojos que aman sin condiciones,
que esperan y ofrecen,
lo haré mirando sus ojos
porque sus ojos son espejos,
porque sus bocas rebosan apoyo,
y sus errores ganas.
Lo haré con miedo
a veces con dudas,
pero lo haré.