Que nadie venga a salvarnos
La realidad es que no.
En este campo de batalla
que un día fue mi casa;
suelo donde pisaba
y construía mi vida,
Mientras corro delante de este fantasma
que algunos llaman patria
otros libertad
otros progreso
y otros justicia,
con mi hijo anclado a un brazo
llorando,
y el otro brazo limpiando mi frente
de sudor y lágrimas
para ver con más claridad
el siguiente paso,
que quizá sea el último…
Nadie vendrá a salvarnos.
No aparecerá nuestro héroe
justo cuando el culmen del drama
está a punto de suceder.
Y ojalá no aparezca.
Porque si aparece,
mi vida
y la de mi hijo
no terminará aquí,
pero la vida de los suyos
será condenada
a una deuda infame
a un precio más alto
que el del final de la carne;
que tarde o temprano renacerá.
La tierra mojará este calor de guerra
que abrasa las vidas
y se ancla
en el suelo que pisamos.
Secará el dolor
y reverdecerá
por las mismas grietas
que hoy nos enseñan lo efímero y lo vulnerable.
Y nosotros habremos muerto vulnerables.
Y con los nuevos brotes,
frágiles y fuertes,
cargados de futuro,
de la verdadera patria,
la verdadera libertad,
y la más bella justicia,
brotaremos.