Caminos de golondrinas
La poesía es una forma de vida.
Un camino que se abre cuando no parece que jamás volviera. Una golondrina.
Un ligero pestañeo que te acaricia las entrañas y te remueve el dolor y las tripas.
Y te baila. Y te canta una canción que conoces, que amas, y que de alguna forma temes…
la canción de la vida.
La canción de los caminos que no terminan, que siempre vuelven, que están llenos de golondrinas.
La poesía te cose unas alas que te permiten el vuelo, y te vuela el pasado al suave ritmo flamenco, de un blues, de un pájaro, de un recuerdo… y te hace soñar, y en el sueño no hay tiempo exacto, todo es uno, y tú eres uno con ello.
La poesía es ritmo. El latido rítmico y puro que no engaña ni viste sentimientos; que los escupe, sin ser brusca. Que los empuja, sin ser hiriente. Que los teje, a sangre viva, sin ser sangrante ni esquiva con su destino: enseñarte a amar. Enseñarte a amarte.
Enseñarte que la vida es bella en su luz y en su sombra,
en lo que sabes y en lo que desconoces.
En lo que te construye, y en lo que llega para desmembrarte.
En el miedo que te hace quedarte y en el amor que te hace atreverte a aceptar lo que es marcharse.
La poesía son dudas profundas que se despejan en lo más hondo, y que suenan a blanda certeza…
y así caminas, poetizado…
creyente en la vida y en su esencia,
no a ciegas,
si no a pesar de que con su guía ya no necesitarías los ojos.