La naturaleza es el lienzo que encierra todos los colores y las formas. Nosotros, las gotas de agua que ella misma genera para dar forma a todo su color.
Una gota en plena caída no sabe a dónde va.
Podría desaparecer, y si tuviera opción, quizá resistiera la caída.
Pero lo cierto es que caerá.
Y caiga donde caiga; sea más largo, más corto, más sencillo o más complejo su camino, la caída será únicamente el comienzo, y el océano su fin.
Sin perder en ningún momento su esencia, pero siendo muy diferente a la gota que fue, llegará a él para volver a transformarse.
¿Imaginas la cantidad de cosas de las que puede formar parte una gota, una vez cae a la tierra?
Puede crear vida en múltiples formas, y en todas ellas mostrar lo mismo; su esencia. Eterna y cíclica fuente de crecimiento. Vida.
Una gota que cae a la tierra puede hacer nacer una planta, o dar esperanza a un humano. Puede regar nuevos cultivos. Puede ser parte de un caos que destruya un terreno y lo prepare para un nuevo ciclo.
Puede hacer tantas cosas… y todas ellas serán parte de un hacer más amplio, más profundo. De un ciclo natural de morir y renacer que hace posible la existencia.
Somos esas gotas. Somos la expresión de la naturaleza.
La naturaleza es en sí misma. La energía. La luz.
No es de extrañar que amemos lo que nos eleva el ánimo, que al fin y al cabo, es aquello que eleva nuestra energía, modificando nuestra percepción de las cosas, y haciéndonos ver con claridad la perspectiva más amplia del camino.
porque el ánimo es la voluntad del alma
y se alimenta de vida. Nos mantiene despiertos.
Un alma despierta camina sin miedo a expresar libremente todo el contenido esencial que se encierra en nosotros.